9/7/09

Los Dueños de la Verdad - Por Eduardo Coria

Cuando Poncio Pilato se encontró cara a cara con Jesús formuló una pregunta que hasta hoy sigue siendo la pregunta que posiblemente tiene mayor peso filosófico y moral en el pensamiento de los hombres.
Esta pregunta aparece en el diálogo de Poncio Pilato con Jesús, en Juan 18:33–38: “—¿Eres tú el rey de los judíos? —le preguntó. —¿Eso lo dices tú —le respondió Jesús—, o es que otros te han hablado de mí? —¿Acaso soy judío? —replicó Pilato—. Han sido tu propio pueblo y los jefes de los sacerdotes los que te entregaron a mí. ¿Qué has hecho? —Mi reino no es de este mundo —contestó Jesús—. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo. —¡Así que eres rey! —le dijo Pilato. —Eres tú quien dice que soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz. —¿Y qué es la verdad? —preguntó Pilato. Dicho esto, salió otra vez a ver a los judíos”.

¿QUÉ ES LA VERDAD? Pregunta enorme e ineludible. Pregunta que ha desafiado a filósofos o no filósofos, desde el principio de los tiempos. Pregunta que ha sido respondida por todos, bien, regular o mal, pero ha sido respondida, o por lo menos, se ha intentado responder…
No pretendo dar en pocas líneas una respuesta a esta pregunta que es enorme. Sin embargo, antes de entrar de lleno en la propuesta de este artículo (Los Dueños de la Verdad), tengo que decir algo sobre ella, lo que haré mayormente citando algunas declaraciones Bíblicas al respecto.
Según la Biblia, la verdad puede verse tanto como encarnacional como conceptual. La verdad encarnacional tiene que ver con una Persona, y la verdad conceptual con los enunciados de esa Persona.
LA VERDAD ENCARNACIONAL
Al hablar de verdad encarnacional, me refiero a la verdad como persona. O si usted prefiere, la persona que es la verdad: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí” dijo Jesús en Juan 14:6. Jesús es la verdad. O, invirtiendo los términos, la verdad es Jesús. Y Jesús tiene que ser la verdad porque él es el eterno Dios creador encarnado (1). Si Jesucristo nunca hubiera dicho una sola palabra, el mundo habría conocido la verdad, porque él es la verdad hecha carne, el Verbo divino. Mostró la verdad de Dios desde el pesebre de Belén hasta la Ascensión, desde su primer milagro en Caná de Galilea hasta su “¡Consumado es!” de la crucifixión. Los hombres pudieron ver a la verdad encarnada en su vida, en sus milagros, en su cruz, en su sepulcro vacío, y escucharla en sus palabras y su gran comisión.
LA VERDAD CONCEPTUAL
Jesús le dijo a Pilato que había venido para dar testimonio de la verdad, tanto la verdad esencial que está en la persona del Trino Dios, como la verdad hecha palabras. Todo lo que dijo provino de quien es la verdad, y por lo tanto no contiene errores. Al leer en los evangelios los dichos y enseñanzas de Jesús estamos leyendo y aprendiendo la verdad pura y absoluta, porque “Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer”, (2) y ¡Jesucristo no fue un simple mortal, sino Dios encarnado!
Antes de dejar esta tierra, el Señor, les encargó a los discípulos que transmitieran su verdad al mundo que los rodeaba. Pero antes de que comenzaran a predicar el evangelio, les aseguró que conocerían la verdad: “Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir. Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes. Todo cuanto tiene el Padre es mío. Por eso les dije que el Espíritu tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes”. (3)
El proceso que Dios siguió para revelar a sus mensajeros el evangelio que debían anunciar encuentra en Pablo una de sus mejores expresiones: “El evangelio que yo predico no es invención humana. No lo recibí ni lo aprendí de ningún ser humano, sino que me llegó por revelación de Jesucristo… Dios me había apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia. … él tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo predicara entre los gentiles…” (4) Pablo y el resto de los que fueron instrumentos para recibir y transmitir la revelación de Dios, no descubrieron nada, simplemente recibieron y transmitieron la verdad que el Trino Dios quiso revelarles y revelarnos a nosotros por su intermedio. Finalmente, Jesucristo encargó a sus mensajeros que comunicaran el evangelio (las verdades concernientes a su persona y a su mensaje) al mundo entero, (5) cosa que hicieron mediante la evangelización, el discipulado y los documentos escritos, algunos de los cuales han llegado hasta nosotros en lo que llamamos el Nuevo Testamento.
En resumen: El Trino Dios (la verdad personificada o encarnada) reveló su mensaje (la verdad conceptual) a ciertos hombres escogidos, quienes lo dieron a conocer a su generación, personalmente y mediante sus escritos (6), revelación que nos ha llegado a nosotros en el Nuevo Testamento, que es la Palabra de Dios.
¡DIOS ES LA VERDAD Y SU PALABRA ES LA VERDAD! (7)

Ahora sí, vayamos al enunciado de este artículo: LOS DUEÑOS DE LA VERDAD.
¿Puede alguien ser dueño de la verdad? Esta palabra, dueño, es muy grande. Algunos de sus sinónimos son: amo, patrón, señor, cabeza, superior, propietario, poseedor… Frente a la verdad absoluta, a la verdad de Dios, al Dios de verdad, ¿puede alguien considerarse dueño de la verdad? ¡Absolutamente no! Porque nadie puede apropiarse de Dios, nadie puede ser dueño de Dios, nadie puede estar por encima de Dios. La verdad encarnacional (Dios como verdad) solamente puede poseerse a sí misma; es decir, solamente Dios puede ser dueño de Dios. Dios se manifiesta como Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, (8), y estas tres personas coexisten en perfecta unidad. ¡Se poseen mutuamente! Pero nosotros, pequeñísimas criaturas de Dios, no podemos ni podremos nunca apropiarnos de Dios.
Pensando ahora en la verdad conceptual, aquella que ha sido enunciada por Dios y que encontramos en la Biblia, también nos preguntamos: ¿Podemos llegar a considerarnos dueños de esta verdad? ¡Tampoco! Porque solamente llegamos a ser dueños de aquello que adquirimos o de aquello que nos apropiamos. ¿Y hay alguien que puede adueñarse de los pensamientos de Dios expresados en las Escrituras? ¡No! Dios mismo dice, “Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!”. (9) No podemos ser dueños de una verdad que nos resulta imposible descubrir por nosotros mismos. La verdad Bíblica está infinitamente por encima de nuestras capacidades humanas. Y sólo podemos tener acceso a ella por revelación divina, y sólo podemos discernirla mediante la iluminación del Espíritu Santo. (10)
Además, para recibir y discernir la verdad de Dios debemos estar en una condición espiritual correcta, condición que 1 Corintios 2:9–10 describe así: “Como está escrito: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman.» Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios”. Si hemos de discernir la verdad de Dios, es prioritario que amemos a Dios, porque lo suyo, su revelación, lo que ninguna mente humana ha concebido, está reservado para los que aman a Dios. ¿Quiénes aman a Dios? Pues los que le obedecen, (11), de manera que podemos afirmar que el amor/obediencia es esencial para la recepción y el discernimiento de la verdad divina.
Creo que ha quedado claro que ningún hombre puede ser dueño de la verdad; sin embargo, muchos actúan como si lo fueran. No sólo carecen la humildad necesaria para reconocer su pequeñez y sus limitaciones frente a la verdad infinita, sino que ven a los otros como inferiores, y se colocan ante el resto de los creyentes con actitudes paternalistas, como si fueran paradigmas de la verdad de Dios, como si fueran los privilegiados y exclusivos intérpretes de la palabra y la voluntad de Dios, como si fueran… dueños de la verdad.
No quiero terminar estos pensamientos con un tono negativo o de crítica hacia los que actúan de esta manera inapropiada. Porque ninguno de nosotros puede cambiar a nadie. Lo que sí quiero hacer es que nos miremos a nosotros mismos, para descubrir aunque sea la más pequeña muestra de orgullo espiritual que es el gran obstáculo que obstruye el camino haya la verdad. Y lo haré con una advertencia que nace de mi propia experiencia. Porque yo también en algún momento o circunstancia de mi vida llegué a pensar que era muy importante, muy sabio, muy dueño de la verdad… y ese fue un grave pecado.
Mis hermanos, lo que debemos hacer es invertir la ecuación del título de este artículo:
NINGUNO ES DUEÑO DE LA VERDAD
¡LA VERDAD DEBE SER NUESTRO DUEÑO!
Aquel Jesús que dijo: “Yo soy la verdad”, debe ser nuestro dueño, el “Espíritu de verdad” debe ser nuestro dueño, el Padre de verdad debe ser nuestro dueño. (12) Tenemos que entregarnos al Dios de verdad, someternos al Dios de verdad. O sea, que al decir “Señor” realmente estemos viviendo bajo el señorío absoluto de la verdad del Trino Dios.
En segundo lugar, hemos de vivir en la verdad de Dios. La Biblia no tiene que ser meramente un libro de teoría espiritual, sino un manual de vida espiritual. Si la seguimos al pie de la letra, este manual nos conducirá inevitablemente al Dios de verdad.
En tercer lugar, nuestra vida ha de ser veraz, transparente, sincera, abierta. Tenemos que actuar como Pablo lo dice a los Corintios “¿Acaso comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O acaso tenemos que presentarles o pedirles a ustedes cartas de recomendación, como hacen algunos? Ustedes mismos son nuestra carta, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos. Es evidente que ustedes son una carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente; no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones”. (13) Seamos una carta conocida y leída por todos. Seamos transparentes. No finjamos alegría cuando estamos tristes, no aparentemos triunfo cuando estamos derrotados, no mostremos espiritualidad cuando la carne nos domina. Seamos veraces, permitiendo que la Palabra de Verdad señoree en nuestra vida.
Finalmente, le animo a que nuestra verdad sea una invitación y no un garrote. Si en la búsqueda de la verdad hemos ascendido un escalón, no lo usemos como un estrado para mirar desde arriba a los “pobrecitos” que están por debajo de nosotros, sino como un lugar desde donde tenderles la mano. Así estaremos siguiendo el ejemplo de Jesús, quien, siendo la verdad absoluta, bajó a un mundo de mentirosos para atraer con su persona y su palabra a algunos al luminoso ámbito de la verdad.

Los versículos citados pertenecen a la NVI

(1)Vea Juan 1:1–3, 18; Juan 14:5–11; etc.
(2)Números 23:19.
(3)Juan 16:13–15
(4)Gálatas 1:11–16
(5)Mateo 28:18–20; Hechos 1:8
(6)2 Pedro 1:21; 3:14–16
(7)Juan 17:17
(8)1 Juan 5:1–9, especialmente 7
(9)Isaías 5:8–9
(10)Vea de nuevo Juan 16:13–15, Gálatas 1:11–16.
(11)Juan 13:15–24
(12)Juan 14:6: Juan 16:13; 1 Juan 5:6; Romanos 3:4
(13)2 Corintios 3:1–3

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