10/6/09

Hacia una teología de la adoración - por Enric Capó (Lupa Protestante)

Teología es una reflexión sobre Dios; por tanto, toda reflexión sobre Dios es teología. Quizás esto sea una perogrullada, pero nos sirve para sacar la teología del campo de la especialización académica y de las garras de los teólogos profesionales, para devolverla al campo que le es más propio: el de la reflexión personal. Todo el mundo puede hacer teología y, de hecho, la hace; pero deberíamos hacer una distinción radical entre la teología como disciplina académica, que evidentemente es necesaria e imprescindible para la Iglesia, y la reflexión teológica del creyente, que la elabora en el ámbito de la fe. Éste tiene, probablemente, muchos más peligros de equivocarse en sus formulaciones doctrinales que profesores universitarios que conocen a fondo la materia, saben lo que se ha dicho en el pasado y tienen mucha más capacidad de reflexión. Pero, fundamentalmente, el terreno propio de la teología es el individual del creyente, porque la teología auténtica es una reflexión hecha desde la fe. Es reflexión y, al mismo tiempo, experiencia. Es decir, no es, en primer lugar, un reflexión en el campo del saber humano, que la acerca mucho a la filosofía, sino que se trata de descubrir y describir –hasta donde sea posible– el Dios en el que creo.

Por esto es muy apropiado hablar de la teología de la adoración o, como dice Moltmann, de la teología de la doxología. Es en el encuentro personal con Dios que el creyente se descubre a sí mismo como el adorador de un Dios que le confronta en la vida de cada día. No ha sido él que lo ha encontrado, sino que ha sido objeto de una iniciativa divina y, ante ello, lo busca para entrar en comunión con él y conocerle más y mejor. Es importante que este encuentro se dé en el campo de las Escrituras, ya que creemos que en ellas Dios se nos revela; pero no puede consistir en una simple exégesis bíblica, sino en una puesta a prueba de la experiencia personal en su confrontación con aquellas otras que hallamos en la Palabra de Dios.

En toda reflexión teológica, hay un elemento personal, subjetivo, imprescindible, que debe ser siempre asumido. Y esto es muy importante que lo acentuemos, ya que cuando la teología se convierte en dogma o en “verdad” definitiva, empezamos el camino de la corrupción. La teología se convierte en una ideología y entonces entramos en el campo de la lucha ideológica, es decir, la lucha por establecer mi “verdad” frente a la “verdad” de los demás. Es el problema de pensar que hemos llegado, que ya lo sabemos todo, que estamos de vuelta de todas las otras opciones. El creyente entonces se fanatiza en su propio sistema teológico y se convierte en su defensor frente a cualquier otro sistema. Dios queda al margen, ya no importa; lo que importa es lo que yo digo de Dios.

Este fue el gravísimo error de la iglesia de los primeros siglos que se empeñó en redactar una formulación de la fe infalible e inatacable. El error no fue intentarlo, sino creer que lo había conseguido y que podía imponerlo como un dogma imprescindible para la salvación. Se llegó a extremos increíbles. ¡Cuántos fueron cruelmente perseguidos porque en su confesión de la fe sobraba o faltaba un “i”! Todo dependía de si decías, con referencia a Cristo, homoousios o homooiusios! En ello te podía ir la vida. Y ¡cuántos otros ejemplos, a lo largo de la historia y hasta nuestros días! La obcecación por lo objetivo, lo infalible, lo ortodoxo, ha llevado –y lleva todavía– a los cristianos a aberraciones absurdas.

La teología de la adoración, aquella que se formula en nuestra contemplación de Dios y no busca “verdades”, sino la única Verdad que nos puede hacer libres (Juan 8,32), no es jamás agresiva, porque no se formula delante de otros, ni frente a terceros, sino solamente ante Aquel que es el centro de nuestra reflexión. Jamás pretende ser objetiva ni que sea de validez general para todos. Hacer teología es crecer en el conocimiento de Dios, pero no en un conocimiento intelectual de Dios que trata de encontrar definiciones doctrinales definitivas. La reflexión teológica, cuando es auténtica, consiste en un descubrimiento de Dios y un crecimiento en el conocimiento empírico de este Dios que se nos ha manifestado en Cristo, que nos habla a través de su Palabra, y día a día nos muestra nuevos caminos y nuevos horizontes de la fe. Es siempre subjetiva. Jamás puede encerrarse plenamente en definiciones, porque Dios siempre nos transciende. Tratar, por ejemplo, de hacer una definición de la trinidad es una empresa fuera de nuestro alcance. Calvino y Servet, a pesar de sus definiciones diferentes, eran igualmente cristianos. Sus diferencias ideológicas no les separaban del Dios del amor y la misericordia en el que creemos. Estarían más o menos acertados en sus definiciones, pero nunca debieran haberlos llevado a los extremos a que llegaron. Una falsa comprensión de la teología fue la causa del conflicto.

Creer esto, saber esto, es un conocimiento que salva, ya que nos libra de las tiranías de las ideologías y de los dogmatismos, nos muestra que todos estamos todavía en el camino y que el conocimiento pleno –el ver a Dios cara a cara– sólo será posible más allá de nuestra temporalidad, cuando entremos de lleno en el mundo de lo eterno.

Esta reflexión de hoy, no pretende ser la verdad. Todo lo contrario, niega la existencia de la verdad como definición. No pretende ahondar el abismo entre liberales y conservadores, ni afirmar que unos están en los cierto y los otros, no; sino decir que todos somos aprendices en la escuela del Señor y que la reflexión teológica ha de ser siempre un proceso continuo y libre en el que nos reconozcamos los unos a los otros simplemente como buscadores de la verdad de Dios. Reflexionar teológicamente es ir avanzando hacia Dios, según las luces y los dones que Él nos ha dado, dándonos la mano y ayudándonos en nuestra empresa. No buscamos nuestras “verdades”, que siempre están contaminadas con nuestros errores, sino la Verdad. Y ésta sí la conocemos: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. (Juan 14,6)

Fuente:http://www.lupaprotestante.com

Imagen: Juan Calvino - Fue un teólogo y reformador protestante que nació en Francia en 1509.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me agrada como se aborda en este artículo el tema de la teología, creo que lo que hace es rescatar el significado que tiene o representa verdaderamente dicha palabra. Sospecho que muchos creen que la teología es una cuestión de personas que están en un supuesto nivel de superioridad intelectual y porqué no, espiritual, o que es algo que no está al alcance del resto del pueblo de Dios, cuando en realidad, o al menos, según creo, todo el cuerpo de Cristo debería estar haciendo teología, buscando, con muchos deseos de querer conocer más al Dios verdadero, revelado en su Hijo, nuestro Redentor. (Juan 17:3) - (Juan 8:31-32)

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