20/5/09

Dogma y Tradición 1 - por Eduardo Coria

Siempre que pienso o elaboro algo que tiene que ver con las Escrituras o la vida de la Iglesia, compruebo aquello del “temor y temblor”. Porque tengo plena conciencia de que yo, que apenas soy un ser humano, estoy internándome en el terreno divino. ¿Cómo no voy a temer y temblar?

Hoy este sentimiento es más fuerte que otras veces, porque a veces resulta complicado esto de hacer el intento de discernir lo que es el dogma bíblico de lo que es mera tradición de la Iglesia. Los dogmas bíblicos son inamovibles, precisamente porque se trata de declaraciones de Dios que no se pueden ni deben cambiar. Sin embargo, las tradiciones son expresiones de la vida de la Iglesia, y como se trata de concepciones humanas, sí se pueden cambiar. Dije “se pueden cambiar”, no dije “se deben cambiar”. El hecho de que tengamos tradiciones no necesariamente significa que debamos cambiarlas por el mero hecho de que son tradiciones… Pero sí quiero dejar en claro en este artículo es que las tradiciones, por el mero hecho de serlo, no son inamovibles y son perfectibles.

ALGUNAS TRADICIONES SON BUENAS Y ÚTILES


Para comenzar a pensar sobre esto menciono el ejemplo de Jesús en Lucas 4:16: “Fue a Nazaret, donde se había criado, y un sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre”.

Aquí no figura la palabra tradición, pero está implícita en dos detalles: Primero, Jesús fue a la sinagoga. ¿Cuándo surgieron las sinagogas? Parece ser que en los tiempos de Nehemías, aunque no hay fechas ni datos exactos al respecto. Pero de lo que no hay dudas es que ocupaban un lugar importante en la vida religiosa de Israel. Hay dos cosas que quiero mencionar acerca de las sinagogas, y la primera es que en los tiempos de Jesús había sinagogas por todas partes, tanto dentro de Israel como en muchos lugares del extranjero, como lo muestran los viajes misioneros de Pablo en el Libro de los Hechos (Vea Hechos 13 a 28). Ante esta realidad, uno se pregunta ¿dónde está en la Biblia el mandamiento divino de erigir sinagogas? Y sorprendentemente ¡en ningún lugar de la Escritura aparece un mandamiento como ese! Hasta donde sabemos, no fue Dios el que dio la orden de construir sinagogas. Parece ser que surgieron por necesidad, porque al ser dispersados entre las naciones, los judíos se vieron obligados a construir esos edificios en los que se leían las Escrituras, se oraba, y se mantenía la identidad religiosa, racial y nacional de los Israelitas. Entonces, las sinagogas eran lugares que funcionaban por tradición, no por mandamiento Bíblico. Volviendo ahora a Lucas 4:16, leemos que Jesús concurrió a un lugar que seguía funcionando no por mandamiento sino por tradición, y su presencia allí nos dice que esa era una buena tradición que el Señor sino aprobó con su asistencia.

En segundo lugar, en Lucas 4:16 también dice que Jesús que fue a la sinagoga “como era su costumbre”. En el Antiguo Testamento hay enorme cantidad de mandatos con respecto a la concurrencia obligatoria al Tabernáculo/ Templo, pero no hay ni un mandamiento que obligara a los judíos a concurrir a la sinagoga. Los judíos, tanto de Israel como de otros países, asistían allí por necesidad. No vamos a decir que Jesús iba a la sinagoga por inercia o porque era sábado. Lo hacía porque como hombre judío necesitaba hacerlo. O sea, el Señor tenía la buena tradición de concurrir a la sinagoga de Nazaret, su lugar de crianza. No concurría porque el Padre se lo había mandado, sino porque desde su infancia había adquirido el bendito hábito de concurrir los días de reposo.

Entonces, este ejemplo de Jesús me permite hacer la siguiente afirmación:
Jesús aprobó con su presencia la tradición de asistencia a la sinagoga.
O sea, algunas tradiciones son buenas y útiles.

OTRAS TRADICIONES NO SON BUENAS NI ÚTILES

Para comprobar esto también voy a apelar a un ejemplo del Evangelio. Miremos Marcos 7:1-13:

1 Los fariseos y algunos de los maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén se reunieron alrededor de Jesús, 2 y vieron a algunos de sus discípulos que comían con manos impuras, es decir, sin habérselas lavado.3 (En efecto, los fariseos y los demás judíos no comen nada sin primero cumplir con el rito de lavarse las manos, ya que están aferrados a la tradición de los ancianos.4 Al regresar del mercado, no comen nada antes de lavarse. Y siguen otras muchas tradiciones, tales como el rito de lavar copas, jarras y bandejas de cobre.)5 Así que los fariseos y los maestros de la ley le preguntaron a Jesús: — ¿Por qué no siguen tus discípulos la tradición de los ancianos, en vez de comer con manos impuras? 6 Él les contestó: —Tenía razón Isaías cuando profetizó acerca de ustedes, hipócritas, según está escrito: »"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. 7 En vano me adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas." 8 Ustedes han desechado los mandamientos divinos y se aferran a las tradiciones humanas.

9 Y añadió: — ¡Qué buena manera tienen ustedes de dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus propias tradiciones!10 Por ejemplo, Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre", y: "El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte". 11 Ustedes, en cambio, enseñan que un hijo puede decirle a su padre o a su madre: "Cualquier ayuda que pudiera haberte dado es corbán" (es decir, ofrenda dedicada a Dios).12 En ese caso, el tal hijo ya no está obligado a hacer nada por su padre ni por su madre.13 Así, por la tradición que se transmiten entre ustedes, anulan la palabra de Dios. Y hacen muchas cosas parecidas.

El ejemplo es suficientemente claro, de manera que sólo voy a agregar unas pocas observaciones.

1. Los fariseos estaban aferrados a las tradiciones de los ancianos, que en este caso consistían en lavamientos rituales tanto de las manos como de los utensilios que utilizaban. No se trataba de una cuestión higiénica, sino meramente del cumplimiento de sus tradiciones, vs. 2-4.

2. Los fariseos juzgaron a los discípulos porque comían con “manos impuras”, es decir, porque no seguían las tradiciones de los ancianos en cuanto a los lavamientos, v. 5. Y de paso también juzgaron al Señor que les permitía hacer esto a sus discípulos.

3. La reacción del Señor ante esa postura de los fariseos fue dura y clarificadora. Citando a Isaías 29:13 les señaló su hipocresía, lo vano de su adoración, y el hecho de que en realidad habían desechado los mandamientos de Dios para aferrarse a reglas y tradiciones humanas. Y después les cita el mandamiento de Moisés en cuanto a honrar al padre y a la madre, para demostrarles que con su tradición llena de materialismo y rapiña de hecho anulaba la palabra de Dios (vea Éxodo 20:12; 21:17; Levítico 20:9; Deuteronomio 5:16). Y como conclusión Jesús les dice éste no era su único pecado, sino que cometían muchos otros pecados parecidos…

Este ejemplo de Jesús me permite hacer la siguiente afirmación:
Jesús condenó las tradiciones a las que se les daba tanta autoridad o más autoridad que a la misma Palabra de Dios. O sea, algunas tradiciones no son buenas ni útiles.

NOSOTROS Y NUESTRAS TRADICIONES

No caigamos en la trampa de pensar que actitudes como las mencionadas recién pertenecen a la historia, y que nosotros hoy, en nuestro contexto, no nos dejamos apresar por tradiciones, y mucho menos por tradiciones que se oponen directamente a los dogmas bíblicos. Mis amados hermanos, el peligro de las tradiciones siempre está latente y trata de anular la gracia de Dios para hacernos vivir bajo un legalismo estéril y opresivo.

Pero no pensemos sólo en lo que hemos recibido por tradición. Nosotros mismos estamos formando tradiciones que van a pasar a las siguientes generaciones. No digo que estamos estableciendo dogmas nuevos, porque lo que está dicho en la Biblia no admite mermas ni adiciones. Pero sí digo que nuestro modo de aplicar o vivir los dogmas bíblicos nos encuadran a nosotros, como individuos o como iglesias, dentro de ciertas características, de ciertas maneras de hacer, o sea de ciertas tradiciones…

El ejemplo que mejor ilustra lo que he dicho los tenemos en las reuniones dominicales que realizamos. Las celebraciones de nuestras Iglesias contienen ciertos elementos que se ubican en un determinado orden: Himno (coro), oración, otro himno (coro) o dos, alguna lectura bíblica, otro himno (coro) , los anuncios, quizás alguna música especial, la ofrenda, otro himno (coro), la predicación, quizás una invitación a tomar una decisión, tal vez un himno más, y la oración final (Dentro de este orden puede haber un video, un Power Point, una representación tipo teatral, etc., pero estas cosas son más bien excepcionales).

No hay mandamientos directos en cuanto a qué debemos hacer en cada reunión, o a cómo debemos hacerlo. Solamente hay indicaciones generales: Los himnos y coros que usamos deben ser espirituales; en nuestros cultos tenemos que orar; se ha de predicar la Palabra de Dios, y algunas cosas más.(1) Pero en cuanto a orden, proporción, y otros detalles a los que nosotros les prestamos mucho cuidado, el Nuevo Testamento no dice nada. Nosotros hemos elaborado nuestra propia tradición y la seguimos. Y no digo que esté mal lo que hacemos; simplemente digo que lo hacemos así por tradición y no por mandamiento directo de Dios.

Para ahondar en el ejemplo, pensemos un momento qué pasaría en una de nuestras reuniones si cambiáramos el orden: Primero la ofrenda, después la predicación, luego los anuncios, etc. ¿Qué sucedería? Más de uno se molestaría y nos diría que las cosas “nunca se hicieron de esa manera, siempre se hicieron así y así”. O sea, tradición… Repito: No se trata de que hacemos algo mal, sino que sencillamente lo hacemos por tradición.

En otros artículos seguiré considerando este tema refiriéndome a dogmas y tradiciones específicas. Pero debo terminar con una advertencia: ¡Cuidado con las tradiciones! ¡Pueden convertirse en traiciones! Traiciones a la gracia, cuando nuestras tradiciones se aferran al legalismo; traiciones al amor, cuando nuestras tradiciones ponen tropiezo a los hermanos débiles en la fe; traiciones a la esperanza, cuando alguna tradición se aferra más al presente y a lo material que al futuro glorioso que tenemos en Cristo; traiciones a la Palabra de Dios, cuando damos a nuestras tradiciones tanta importancia o más que a las Escrituras.

¿Tenemos que romper con las tradiciones? NO Y SÍ. Aquellas tradiciones que son útiles para la causa del evangelio en nuestra época, mantengámoslas y aún profundicémoslas. Pero aquellas que son un obstáculo para que el evangelio corra y se difunda, desechémoslas. Y también dejemos de lado las tradiciones que impiden el crecimiento espiritual de los hermanos, o que pueden restarle gloria al Señor.

Finalmente, consultemos al que sabe para que sepamos como debemos obrar nosotros en cada caso, cuáles habrán de ser nuestras tradiciones buenas y útiles. Consultemos las Escrituras bajo la dirección del Espíritu Santo, y oremos al Señor como lo hizo Saulo cerca de Damasco: “¿Qué quieres que haga?”. A Saulo el Señor se lo dijo (2), y ¿acaso el Señor no hará lo mismo con nosotros?


(1) Vea Colosenses 3:16-17; 1 Corintios 14:26-40; 1 Corintios 11:17-24. (En 1 Corintios 11 Pablo se refiere a las reuniones para celebrar la Santa Cena, pero creo que sus conceptos también son aplicables también a otras reuniones de la iglesia).

(2) Hechos 9:6; 22:10.


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